21.1.21

Vacunación 1

 


Mientras tanto decía la enfermera “aquí no se te verá la marca cuando seas mayor”. No entendí bien a qué se refería, solo estaba preocupada por el picor que sentía en esa pequeña incisión.
Pasado el susto volvía la algarabía de las niñas comentando sus sensaciones cada una, ya ufanas por haber superado la prueba, camino de un recreo inesperado, mientras el grupo de otra clase ya estaba colocándose en fila y nos miraban tan desconcertadas como nosotras antes.
Al volver a casa y contar lo que había ocurrido mi madre comprobó que la nalga estaba enrojecida y se acercó a la escuela a decir lo que pasaba. Era normal, una pequeña reacción a la vacuna de la viruela, pasaría en dos o tres días. Si tenía un poco de fiebre, paños de agua fría y quedarme en casa hasta que pasara. No fueron dos o tres días, al menos a mí me parece que duró más de una semana, hasta que se formó una costra feísima y terminó secándose. Finalmente la postilla se cayó y quedó una cicatriz brillante del tamaño de una habichuela que fue creciendo a medida que también yo crecía, pero que permanecía oculta por las bragas.
Pasado el tiempo reconocí esa misma cicatriz en la parte trasera del hombro de otras chicas y al preguntar qué era, me decían: “la vacuna de la viruela, ¿tú no la tienes puesta?” Entonces, muy orgullosa decía “Claro que sí pero la mía no se ve y no afea el brazo”
Hoy, cuando el término vacuna invade todos los telediarios y las conversaciones cotidianas sobre las dificultades para vacunar a la población contra el virus de la Covid, paso el dedo por mi cicatriz de la viruela y me vuelve con total nitidez la experiencia de aquel episodio infantil. ¿Habría muchas víctimas por las precarias condiciones de su administración? Nunca lo sabríamos. Tendría que pasar mucho tiempo hasta comprender el valor de las vacunas y su efecto en la prevención de tantas enfermedades mortales, pero aquel dos o tres de mayo, el día de la Cruz, sentada en la ventana, agarrada a los barrotes de la reja y la frente buscando el frescor del hierro me viene a la memoria tan vívidamente, que siento el picor en la nalga derecha, donde aún se encuentra el testigo de ello, invisible a los demás para no estropear la piel de mi brazo.

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