El arte en la arena de las playas, tan efímero como nuestras vidas, a pesar de nuestros afanes de eternidad
El arte en la arena de las playas, tan efímero como nuestras vidas, a pesar de nuestros afanes de eternidad
Me gusta llegar a los sitios que desconozco con la información más escueta posible para dejarme invadir por las múltiples sensaciones que me ofrecen al llegar. Quiero forjar mi imagen del lugar con mis sentidos y mi estado de ánimo. Así hago un primer esbozo en mi mente como haría un artista para luego ir llenándolo de detalles cada vez más minuciosos según el nivel de conocimiento que voy adquiriendo. Tras esa primera impresión, y para conocer cuáles son los tesoros que entraña cada lugar, busco el punto de información turística que concentra, en teoría al menos, las particularidades de la zona. De esa información dependerá que tu “cuadro” final sea más o menos completo, más o menos hermoso, más o menos interesante. A veces la persona que está detrás de mostrador, poseedora de todos los mapas con los secretos de los tesoros, con voz monótona, cansina aunque eficaz, da una información mecánica, rutinaria, marcando en un mapa los puntos de interés y sin mirarte a los ojos.
Pero otras, ay otras, qué suerte dar con esas, das con una figura encantadora contadora de cuentos que te habla del espacio que puedes visitar como si te estuviera abriendo las puertas de un reino encantado. Te mirará a los ojos directamente, te analizará y rápidamente se hará una idea de quién eres y cómo puede embaucarte. De todas las posibilidades que tiene su oferta irá mostrándote pequeños tesoros y según tu reacción profundizará en esa línea o buscará otra alternativa si no te ve entusiasmada. Si te gusta la naturaleza, el arte, el patrimonio, el deporte, la gastronomía, la historia…, diréis eso es muy simple y fácil de detectar. Pues no siempre es así y un experto tiene habilidades de psicólogo para que la persona salga convencida de que ha llegado a un lugar mágico.
Así me ocurrió al llegar a Lecumberri, una localidad que me atrajo por su nombre sonoro y por su ubicación entre montañas, ya ese detalle prometía verdor y frescura, claves para contrastar con el lugar del calor del sur. La entrada en Lecumberri ya me enamoró con sus casonas individuales, cada una con su personalidad, su porte, sobriedad y al mismo tiempo su impronta histórica con blasones en muchas fachadas. Ciudad impoluta, ordenada, de jardines y balconadas llenas de flores. Una brisa agradable agitaba las ramas de los árboles con un leve susurro y una serenidad me invadió hasta el punto de pensar: me gustaría vivir aquí.
Con ese buen estado de ánimo entramos en la oficina de Información y Turismo ubicada en la antigua estación del ferrocarril, hoy desaparecido, que servía para transportar el hierro de las minas cercanas a San Sebastián. El ferrocarril dejó de circular en 1957 y ahora su trazado se ha convertido en una vía verde. La oficina estaba atendida por una chica y un chico. Nos atendió el chico, un joven de pelo negro con un rizado mechón sobre la frente y unos ojos curiosos que rápidamente nos cautivó. Ya no tuvimos más que ponernos en sus manos y escuchar las bondades de todo lo que podíamos ver en la zona. Pero no solo lo que podíamos ver, sino cómo hacer las reservas de sitios especiales, y no solo cómo hacer las reservas sino que él hizo las reservas por nosotros y nos gestionó los pagos, y nos imprimió los correos… Así, nos gestionó la visita a una cueva geológica extraordinaria, la cueva de Mendukilo, y un paseo guiado por unos pastizales de alta montaña en un valle escondido, el valle de Araitz, al pie de las Malloas, con degustación de quesos de idiazabal para el día siguiente, y un recorrido por unas cascadas y otro por bosques de hayas y de robles centenarios que nos han ido descubriendo la riqueza de estos rincones excepcionales. Su amabilidad llegó a imprimir horarios de trenes de otra comunidad a pesar de que estaba fuera de su ámbito… Y de tener más días nos habría descubierto más y más tesoros para seguir disfrutando de mostrar las bondades de su tierra.
Salí de allí convencida de que esta tierra no se me olvidaría nunca porque estaba impregnada del amor de este chico y eso es contagioso. Le pregunté su nombre al salir: Olaiz, que significa lugar de cabañas altas
Atraviesas los campos Castilla y León, Valladolid, Palencia con su tierra del pan, Burgos, y las extensiones de trigo llegan hasta el horizonte. Las cosechadoras van y vienen cargando tractores de la preciada semilla y rascacielos aparecen de vez en cuando al lado de los pueblos. Son los silos para almacenar los cereales. Y piensas que España no puede ser deficitaria en estos granos: trigo, cebada, maíz… Pues lo es: cada año el país tiene que importar el 50% del trigo que necesita y el 35% de maíz. Y esas cantidades se importan de UCRANIA. ¿Y qué pasa ahora? ¿Quién dijo que Ucrania nos quedaba muy lejos, que no es problema nuestro? Pues la guerra afecta directamente a todos los países que importamos sus cereales. Empieza la cadena: esos cereales suben su precio porque son el alimento de los animales que comemos, que a su vez subirá el precio de la leche y la carne, y del aceite, y de todos los derivados… de manera imparable.
¿Por qué digo esto? Hace tres años visité el oeste de Asturias y el paisaje, como años anteriores, era una sucesión de praderas verdes salpicadas de vacas blancas y negras o marrón claro que aprovechaban el verano tomando el sol y pastando de estos verdes intensos antes de volver a los establos de invierno.
Este verano he vuelto a los mismos lugares y me he encontrado todos los prados sembrados de alfombras de maíz que esconden los surcos de las carreteras y ocultan el horizonte. Las vacas ya no están en los prados sino en los establos y se las oye mugir desde la lejanía, tal vez añorando la libertad de movimiento de otros años, atrapadas en unos espacios que solo les permite estar de pie o de rodillas.
Pasear ahora por estos campos perfectamente roturados ha acabado con la mirada alta hacia lo lejos y ha acallado la variedad de cantos de los pájaros. Solo el rumor del viento frotando las hojas anchas de los maizales puebla la atmósfera, o el grito de una urraca aburrida en la copa de alguno de los castaños que permanecen en las orillas de la carretera atraviesa el aire.
Pregunto por este cambio tan radical y la respuesta es inmediata y clara: el precio de las semillas por culpa de la guerra de Ucrania