Siguiendo el curso del río Saja, en el valle de Cabuérniga, tomamos una desviación hacia la población de Mazcuerras. Allí encontramos una escultura de Concha Espina, amén de un grafiti dedicado a ella dentro de un programa de Arte en la Calle.
Y ese nombre, conocido pero vacío de contenido, nos despierta el afán de conocimiento y así descubrimos que Concha Espina nació en Santander en 1869, en el seno de una familia acomodada de 10 hijos. De toda su trayectoria vital y literaria solo quiero destacar que estuvo casada y fue madre de 4 hijos. Desde los 13 años, en el domicilio de su abuela en Mazcuerras, empezó a escribir y a publicar en algún periódico de Santander. A partir de 1934 se separó del marido y consiguió vivir de sus producciones literarias, algo novedoso para una mujer en España. Su amplia creación literaria la llevó a ser candidata al premio Nobel que no consiguió por un solo voto.
De sus muchos escritos señalo “Mujeres del Quijote”, una obra en la que destaca las figuras femeninas más relevantes que Cervantes había presentado. El otro libro “El metal de los muertos”, denuncia de las condiciones de vida de los mineros en aquella época. Para inspirarse, además del conocimiento que tenía de las minas de Asturias, viajó a Andalucía y se alojó en Nerva desde donde estudió las condiciones de las minas de Riotinto y los sucesos de la represión de la huelga que terminó en una sangría el año de “los Tiros”. Ambos libros reflejan el talante progresista y republicano de la autora. Pero a la vez su religiosidad la acercaba también a los sectores más católicos, si bien defendía la separación de la iglesia y el Estado. La tercera parte de su obra es la producción poética y los temas rurales.
Yo necesito un mundo que no existe,
el mundo que yo sueño,
donde la voz de mis canciones halle
espacios y silencios;
un mundo que me asile y que me escuche;
¡lo busco, y no lo encuentro!…
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