14.8.23

25 años Albergue La Torre


 
El tiempo, ese concepto que al parecer solo el ser humano es capaz medir, evaluar y valorar, pasa al margen de los intereses humanos pero va dejando su huella en todo lo que vive. En la naturaleza los ciclos estacionales modifican el paisaje y la presencia de las distintas especies animales. En nuestra vida cotidiana parece que el tiempo no pasa porque siempre estamos en el centro de nuestra percepción. Por eso hay que pararse de vez en cuando y mirar atrás para comprobar como el tiempo también ha dejado huella en nosotros. Eso está ocurriendo estos días en un rincón de Cantabria donde el paso del tiempo acabó con un modelo de vida tras la jubilación de Aurelio, el pater familias dueño de una granja de vacas lecheras. Hasta ese momento llegó un periodo de trabajo, de lucha por la supervivencia , de procreación y de crecimiento familiar. ¿Qué hacer ahora?, dudas, incertidumbres, debates… hasta llegar a un consenso: transformar el negocio de las vacas en un alojamiento para quienes pasaran por este lugar en el que no había ningún otro. El modelo, tal vez por influencia de los peregrinos del Camino de Santiago, tomó forma hasta convertirse en un modesto albergue con un par de habitaciones y un gran comedor donde los huéspedes se sentaran juntos, se conocieran y compartieran sus experiencias. Ese modelo cuajó y propició la formación de amistades que han seguido en contacto a través de los años.

Pero no basta construir el edificio, lo importante es el espíritu y la calidez humana de quienes lo pueblan y lo dirigen. Hay muchos hombros que apostaron por el desarrollo de esta idea y requeriría un apartado nombrarlos a todos, pero hoy, al cabo de 25 años, permanecen dos luces que iluminan la casa que son Azucena y Sonia, que han sabido superar las dificultades y las diferencias propias de su distinta procedencia hasta llegar a formar un tándem perfectamente sincronizado que han convertido este lugar en un faro siempre encendido a donde recalan no solo los que reservan con tiempo a través de las nuevas tecnologías, también los desorientados, los perdidos en el tráfago de las modernas carreteras o víctimas de temporales subidos en frágiles bicicletas. Ambas están acostumbradas a abrir la puerta y ofrecer refugio y un plato de comida a quienes llegan orientados por ese dragón verde de esperanza aferrado al nombre de La Torre, en medio de la niebla.
 
Hoy, el boca a boca y el buen hacer de ambas han convertido el albergue en un lugar confortable, prácticamente lleno todos los días del verano, y del que queda prendado todo aquel que pasa y se va prometiendo volver.
 
Nosotros quedamos enamorados de estos montes, de este espacio, de este calor humano y ya son 23 años los que llevamos repitiendo. A pesar de la desaparición de Aurelio y Carmina, el tronco familiar, y del aumento de la familia con retoños muy nuevos, llegar aquí nos devuelve a los momentos gozosos que aquí hemos ido acumulando año tras año, como si el tiempo aquí se hubiera quedado ralentizado.
 
Que la vida os siga colmando de energía para seguir llenando de felicidad este hogar.

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