Sacar de la tierra productos comestibles fue un descubrimiento extraordinario que hace miles de años experimentó el ser humano (al parecer la mujer, según los últimos estudios) después de mucha observación de los ciclos de la naturaleza y el paso del tiempo. Así empezaría la agricultura, esa gran revolución que supuso un desarrollo de asentamientos humanos, más tarde ciudades, que garantizaría la alimentación al margen de la caza.
Cuando el terreno es llano, la tierra es blanda y el cielo generoso con periódicas lluvias, la agricultura florece, las poblaciones crecen y el comercio aparece hasta convertirse en fuente de nuevas profesiones, desarrollo de la cultura y el arte…
Pero ¿qué hacer cuando el terreno es montañoso, el suelo pedregoso y la tierra blanda escasa para acoger las raíces de las plantas?. A orillas del río Sil, un auténtico cañón excavado durante siglos, se levanta un prodigio fruto del esfuerzo, de la constancia y de los brazos desnudos de miles de seres humanos que produce uno de los frutos más preciados desde hace miles de años. Se trata de los viñedos de la denominada Ribeira Sacra, agarrados a las laderas casi verticales gracias a la construcción humana de estrechos bancales, muros construidos a mano con piedras y rellenados con tierra fértil a fuerza de las espaldas y los hombros de aquellos héroes olvidados cuando no contaba el tiempo. Luego plantaron las vides, como las que conocía Noé y esperaron a que el viento cálido del Sur Mediterráneo chocara con el fresco del norte para ofrecer a las vides el calor y la humedad propicios para la maduración de una uva excepcional. Luego vendría la cosecha. Ahora el camino era inverso: subir a hombros cada canasta llena de uva para salvar la pendiente hasta las bestias, hoy tractores, que la llevarían al lagar donde se convertiría en vino. El vino, el líquido que bebían todos desde la infancia, ricos y pobres, era fuente de vida porque el agua, la mayoría de las veces contaminada, era causa de mortandad.
La singladura por el río Sil ofrece una vista de estos retales de monte labrados minuciosamente entre masas boscosas. Muchos de ellos están atravesados por unos raíles que favorecen el transporte de los cestos hasta arriba. Noelia, la guía que ilustra el paseo desgrana todas los secretos de estas producciones ya conocidas en la época de los romanos, luego fomentadas por los siervos de los numerosos monasterios por aquí ubicados, más tarde por familias numerosas y hoy por algunas empresas bodegueras.
El laborioso trabajo que requiere este cultivo y la falta de mano de obra para llevarlo a cabo está provocando que cada año, tras la jubilación de sus propietarios, vayan quedando sin cultivos grandes extensiones de terreno o vayan siendo adquiridos por grandes empresas bodegueras que controlan la producción. Hoy, gracias a la Denominación de origen y a la catalogación como “viticultura heroica”, este vino es fuente de riqueza también turística, y merece ser reconocido el esfuerzo de los brazos de hombres y mujeres que mantienen vivas estas laderas.
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