Viajar sin un plan excesivamente rígido te permite descubrir momentos, lugares y personas que dan sentido al viaje y quedan como una muesca imborrable en los futuros recuerdos.
Algo así nos pasó una mañana de este caluroso verano. Llegamos a una ciudad de provincias, El Barco de Ávila, que posee un espléndido castillo a las orillas del río Tormes que indica la importancia que debió tener en un pasado glorioso. Empezamos nuestro recorrido por la calle Mayor, la más importante de todas las ciudades castellanas, esa calle que conservará su nombre a lo largo de los siglos sin que nadie se atreva a cambiarlo. Por esta calle ha discurrido su historia, con sus tiendas, edificios administrativos y culturales, aunque muchas de esas tiendas ya estén en decadencia por la pujanza de supermercados, hipermercados, cafeterías modernas y edificios más amplios que se han instalado en las calles aledañas, dejando esta calle un poco ajada, decadente, pero aún muy transitada por la población.
Recorríamos las calles y un edificio antiguo, con sus banderas oficiales, nos llamó la atención. Era la Antigua cárcel, construida en 1653 según dice en su fachada. Era una casa abierta al público muy bien restaurada que presenta una maqueta de la ciudad. El edificio es un espacio multidisciplinar que contiene la Biblioteca Municipal, es la sede de la UNED y del programa Mentor de talleres y actividades para personas mayores. Y un comedor para jubilados y pensionistas. Y aquí es donde nos quedamos impresionados. Dada la hora que era, el mediodía, las agradables instalaciones del comedor, el hecho de ser jubilados ya y la invitación de una persona que nos vio indecisos en la puerta, entramos y preguntamos si podríamos comer. Sí, por supuesto. Esperamos prudentemente a que pusieran las mesas y comimos unas deliciosas patatas con atún y unos filetes de lomo con ensalada, más natillas caseras. En el comedor habría unas quince personas aunque el recinto tenía espacio para el doble.
Al llevar los platos al mostrador, y pagar, conocimos a Carmen, la cocinera y la artífice de un milagro diario. Junto con su marido Antonio no solo regentan este comedor de jubilados, sino que además llevan la comida diariamente a personas que, o no pueden salir de casa porque son muy mayores, o viven en pueblitos perdidos solos. Cada día reparten casa por casa cincuenta comidas diarias por las viviendas de personas ancianas o imposibilitadas. Me intereso por ese trabajo y a mis preguntas los ojos de Carmen se iluminan, una mujer que rondará los 55 años, y con una sonrisa en la boca, habla de los casos tan tristes que conoce en sus recorridos y cómo se alegran esos ancianos cuando les ven llegar con la comida. No es solo la comida, es la conversación, el sentir que alguien se preocupa por ellos, informan a los servicios sociales si necesitan algo. “Total a mí me gusta cocinar y no me cuesta trabajo hacerlo y más cuando ves que están tan solos”. Carmen hace este trabajo con su marido, Antonio, que a veces refunfuña un poco porque no es suficiente llevar la misma comida a todos. Y Carmen media y quita importancia con su sonrisa otra vez “pues claro, una es diabética, otra vegetariana, otro no come lácteos, a otro no le gustan las lentejas, otra necesita más frutas y no quiere leche… y claro, hay que hacer muchos apartados y llevar muy bien la organización porque si no pues no comen, se abandonan y se ponen malos… durante la pandemia fue terrible, murieron muchos, y eso que nosotros no dejamos de llevar las comidas porque teníamos un permiso especial”
Y pregunto por estas personas que comen en el comedor, dice que sí, casi siempre son los mismos, hombres solos o parejas ya mayores que de esa manera también se obligan a salir y comen más variado y más sano. “Lástima que no vengan más, porque necesitados hay más en el pueblo”.
Salimos de allí reconfortados; esta labor callada, sin aspavientos, simplemente porque es de justicia, es más noticia que lo que sale por televisión, o envenena las redes sociales o los debates políticos.
Abandonamos el comedor por la puerta de la antigua cárcel, buen uso el que le han dado ahora a un lugar que debió encerrar mucho dolor y sufrimiento a lo largo de años.
Gracias a Carmen y a Antonio por ese trabajo tan extraordinario para la comunidad
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