27.8.20

27 de abril 2020


 27 de abril, no sé qué día llevamos ya de encierro. Llueve mansamente, llueve desde un cielo gris y tiñe de gris el aire, desdibujando los perfiles de las casas, diluyendo el paisaje como las lágrimas. Las ventanas con las persianas semi bajadas o con figuras de mirada perdida tras los cristales. La avenida sigue vacía, repetimos escenario de días y días. Las golondrinas, los mirlos, las tórtolas y las palomas esperan bajo los huecos de las terrazas con un parloteo bajito con sus congéneres de balcón a balcón. A las 8 de la mañana era una fiesta de bailes, gorjeos, vuelos libres por la plaza del cielo jugando a perseguirse como en los juegos infantiles.
Luego, sobre las nueve se cerró el parque y la lluvia fina, como una niebla vino avanzando de allá a lo lejos y los vuelos cesaron. De vez en cuando un paraguas cubre las figuras anónimas, desconocidos tras mascarillas blancas, negras o de colores.
Las sombras secuestradas han desaparecido y es difícil saber qué hora es. Solo los relojes ciegos, inmisericordes, siguen su curso insensibles a lo que pasa marcando el tiempo. Y el llanto persiste anclado en el alma, mientras las cifras de miles de muertos recuperan sus nombres: Antonio, María, Francisco, Lucía, Alberto, Soledad, Manuel, Raquel, José, Inés…. Así hasta miles y miles que se fueron solos, en estos días grises, sin saber muy bien por qué.
Y esta primavera festiva del sur se quedó encerrada en sus casas, tras las ventanas, mientras los cielos llovían y lloraban por los ausentes. El fondo, allá en el horizonte, aún sigue todo gris, sin saber hasta cuándo seguiremos así.
Pero es importante saber que no estamos solos, porque el miedo es el mismo y solo estando juntos podremos hacer frente a este dolor colectivo.

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