27.8.20
Gotas 4º día de aislamiento
Día gris, amanece más tarde, como sin ganas;
lluvia intermitente,
más bien impertinente, que no sabe qué hacer
en un momento se anima
y cae un chaparroncillo informe
que deja colgadas unas gotas en los aleros,
en otro se para y el espejo de los charcos
se evapora dejando oscuro cerco
en el gris del asfalto.
Algún autobús pasa, casi vacío,
por la avenida desierta.
Hoy el conductor tiene que frenar…
más de la cuenta
para ajustarse al horario.
Terminará la vuelta tan rápido que,
oh paradoja,
por exceso de celo o de velocidad,
los pasajeros llegarán tarde al trabajo.
Las nubes, tan lentas, que no modifican
el cuadro gris de mi ventana.
Solo las hojas livianas
de nuestra palmera sentenciada
se agitan suavemente
cuando las cotorras
disputan el sitio a las palomas.
Con las ventanas cerradas,
las calles vacías y el cielo turbio
la ciudad anodina, mortecina,
intemporal,
abandonada hasta por los gorrillas.
Solo el miedo, invisible enemigo,
impone el silencio,
el toque de queda
en los países más altivos,
más ricos,
más prepotentes, más protegidos…
Ahora se comprende a los refugiados
que buscan un lugar libre de guerras,
libre de angustias,
que abandonan sus casas,
abandonan sus tierras.
Y nos preguntamos a dónde huir,
dónde refugiarnos de este pánico intangible,
A lo lejos un eco como respuesta:
en el fondo de nosotros mismos.
¿Seremos capaces de sobrevivir?
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