27.8.20

Flamencos en la marisma


 A las 6,30 de la mañana estábamos en planta para buscar la bandada de flamencos que primaveraneaban en la Dehesa de Abajo, antes de seguir su camino hacia el norte. Pero la amanecida gris auguraba un día poco propicio para fotografiarlos. No obstante seguimos adelante y antes de las 8 ya estábamos acercándonos a la laguna. Las vacas pastaban tranquilamente el verde de su desayuno con las pezuñas refrescadas en el lodo húmedo de la pradera. Hoy, la marea baja, limitaba los bordes de la laguna y los flamencos, aún dormidos sobre una pata, se arremolinaban en el centro del espejo del agua. Los objetivos de las cámaras no alcanzaban a captar ni los contornos individualizados de cada pájaro. Menos mal que las cigüeñas, menos ariscas aguantan el tipo en sus nidos sobre olivos o grandes chaparros, como bloques de pisos o apartamentos, poniendo la nota sonora con el crotoreo de sus picos, y permitieron convertirlas en modelos.

Quisimos bordear la laguna, a pesar del calor que iba subiendo, del sudor y del hambre de los mosquitos que tuvieron con nosotros un desayuno de auténtico domingo. Y los flamencos huían, se alejaban, se volvían a agrupar y ya, aburridos de nuestra presencia que no les dejaba desayunar, todos a una alzaron el vuelo y descubrieron el rosa intenso entre sus alas solo visible para nuestro recuerdo. Las cámaras se quedaron con el objetivo abierto, entre los píxeles desconcertados y nosotros con el sudor del calor de las manos de pronto fuimos conscientes de que esta salida, por estas tierras, ya es inviable: veníamos buscando la primavera con sus amapolas y sus primorosas flores y nos encontramos ya a los terneros nacidos y el polvo marrón tras los tractores que preparaban el campo de los arrozales.

Alguien dijo a mi lado: Nos han robado la primavera durante el confinamiento

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